CCKRITO

EL PADRE DE LAS LUCES

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LECTURA: Santiago 1:16-18 16 Mis queridos hermanos, no se engañen. 17 Toda buena dádiva y toda perfecta bendición descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y quien no cambia ni se mueve como las sombras. 18 Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros frutos de su creación. Verdad central: Del Padre de las luces proviene todo don perfecto, y su amor nos ha hecho sus hijos por la fe. Introducción Dios es la bondad personificada, es la fuente de todo lo bueno. Dios dio cuando creó el cielo y la tierra, Dios dio al enviar a su Hijo, Dios dio al derramar su Espíritu. Las dádivas que Dios pone al alcance de sus hijos son buenas y perfectas, cada una de ellas. Estas dádivas incluyen tanto dones espirituales como materiales. En consonancia con esa verdad, Dios nos revela en las Escrituras: Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús (1 Tes. 5:18). Dios quiere corazones agradecidos que reconozcan su acción bondadosa como Padre. Cuerpo El Padre nos ha dado todo lo que tenemos. Por nuestra naturaleza pecaminosa, la gratitud no nos nace de forma natural; de hecho, la ingratitud, la queja y el descontento, todas son espinas de un mismo jardín, que brotan con mayor facilidad de nuestro duro corazón. No obstante, una marca distintiva que los creyentes debemos buscar en el poder del Espíritu es vivir en gratitud. No hay absolutamente nada que poseamos en esta vida ni en la venidera que no haya sido concedido de la mano de nuestro buen Dios. Familia, carrera, recursos, relaciones, el abrir nuestros ojos cada mañana, el milagro de que estemos respirando ahora mismo —sin que nos percatemos de que lo estamos haciendo—, y la certeza de que si estamos en Cristo tenemos morada en los cielos; todas estas cosas vienen de un Padre amoroso que conoce nuestra condición y pobreza. El amor del Padre no cambia. Las dádivas buenas y perfectas vienen del cielo, del Padre de las luces. Santiago anima a sus oyentes a mirar hacia el cielo, donde de día verá la brillante luz del sol, y de noche la luz que se refleja en la luna y las radiantes estrellas. Dios es el Creador de estas luminarias celestiales; Él mismo no es otra cosa que luz. Dios es luz, en Él no hay ninguna oscuridad (1 Jn. 1:5). Por consiguiente, no puede existir la oscuridad ante la presencia de Dios. En esta luz, Dios exhibe su santidad, bondad, amor, integridad e inmutabilidad. Notemos que Santiago llama a Dios Padre de las luces y utiliza esta expresión idiomática para ilustrar la estabilidad absoluta y permanente de Dios. Dios no varía como las sombras. El ser, la naturaleza y las características de Dios son inalterables. Nacer mediante la palabra de verdad. Santiago nos dice: Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad. El apóstol dice que la elección de hacer nacer a los creyentes es de Dios. Para entrar en el Reino de Dios dependemos completamente de una acción del Espíritu. Este nacimiento se compara con el nacimiento físico mediante el cual entramos al mundo. No fuimos engendrados por nuestros padres porque nosotros decidimos nacer. Nuestros padres nos concibieron y nos tuvieron sin nuestro consentimiento. Así también el Espíritu Santo dispone nuestro nuevo nacimiento. A eso se refería Jesús cuando le dijo a Nicodemo: El viento sopla por donde quiere y oyes su sonido, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu (Jn. 3:8). Dios nos creó, nos regeneró y nos renovó. Somos obra de sus manos, su posesión preciada. Santiago afirma que somos: Los primeros frutos de su creación. En la óptica del Antiguo Testamento, las primicias eran santas y pertenecían a Dios: el primogénito de hombre o de ganado, los primeros productos de la viña, de la huerta y del campo. ¡Qué gran privilegio! Somos las primicias del Padre y, por tal razón, santos. Es decir, Dios nos ha escogido de entre todas las criaturas para ser santos y nos ha dedicado para sí mismo. Somos propiedad exclusiva de Dios. Aplicación Todo lo que tenemos, además de habernos sido dado, es por su infinita gracia. No hay nada en nosotros que merezca las bondades de Dios. No hay virtud alguna que Dios pueda mirar en nuestras vidas. Sus bendiciones son evidencias de su carácter generoso, que Él da porque quiere y porque su amor no cambia. En palabras del salmista: No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras iniquidades. Tan grande es su amor por los que le temen (Sal. 103:10-11). No merecemos nada y, aun así, sus bondades fluyen hacia nuestras vidas, incluyendo la mayor de todas: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas? (Rom. 8:32). En nuestra indignidad hemos recibido al único digno, quien se dio en nuestro lugar. Nada de lo que hagamos hará...
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